El Lobo despertó al oir una voz muy familiar, vio a su dueño que venía calle arriba con dos humanos mas. Uno era mas joven que el otro, dedujo por la forma de hablar entre ellos, que debían ser padre e hijo.
Se alegró de que fueran a dar una vuelta pues el día era azul y tenía ganas de estirar las patas. Estaba limpio y reluciente. Su dueño lo había limpiado y cepillado con el amor del primer día, alejándose cada poco para observar como volvía a brillar. Estaba muy satisfecho con el resultado.
Todos juntos se han ido a dar una vuelta, y como pasa muchas veces, su dueño no ha parado durante todo el trayecto de explicar lo obediente que era, lo mucho que corría y las veces que había salido a cazar y a andar por las montañas. Siempre ha sido su lobo preferido de la manada, han pasado muchos dias juntos compartiendo experiencias buenas y menos buenas, pero siempre han sentido la emoción mutua del día que se conocieron en una estación de autobuses.
Pero hoy fue algo diferente. A medio camino, el humano mas joven de los tres se puso al volante, y lo guió perfectamente mientras probaba todo, giraba, frenaba, tocaba todos los botones, y todo respondía como el primer día que piso las calles. Padre e hijo han asentido varias veces mirándose, le han tratado con cariño y un punto de admiración que solo se tiene por las cosas nuevas y especiales.
A la vuelta han estado hablando mucho rato, mientras revisaban aquí y allá, todos sonreían siempre, por lo que no ha tenido miedo. Luego, en un momento se han dado a mano, y se han marchado caminando mientras no paraban de hablar y de contarse historias.
Por la tarde han aparecido de nuevo, y el Lobo ha notado enseguida que cambiaría de aires. Su dueño tenía en la cara una expresión algo triste, le hablaban pero no podía apartar la vista de su Lobito. Ha abierto el maletero, ha cogido varias cosas que ha dejado allí cerca, y le ha dado las llaves al padre e hijo que no han parado de sonreir nunca. Estaba muy contentos. Ha comprendido que pronto se iría de allí para siempre, una nueva etapa.
Su dueño se ha acercado un minuto, y no ha podido dejar de acariciarlo, aunque no ha abierto la boca, le ha oido decirle que estuviera tranquilo, que le cuidarían tanto o mas que él, y sobretodo saldría cada día a correr.
Y así ha sido: han arrancado y sigilosamente se han marchado corriendo calle abajo. Su dueño ha escondido su cara tras el móvil para hacer fotos, aunque le ha visto triste y nostálgico mientras se alejaban.
Ha recogido después las cuatro cosas que había en el suelo, y caminando por la rampa del garaje se ha sorprendido de lo mucho que se pueden querer a un coche, y lo mucho que las podemos encontrar a faltar un día cosas que llegan a nuestras vidas de pura casualidad.
Hasta siempre Lobito!
